Estatuas y remedios
Parece que siguen empeñados en demostrarnos cuán procedente es nuestra bitácora en esta hora. Ahora ya no solo podremos tratar la Guerra Civil como un referente histórico del enconamiento y la polarización de la política española actual, como hacíamos en la última inserción. Ya tenemos a la Guerra como objeto de palpitante actualidad.
Por alguna de mis opiniones, como las de mi último post, puede acusárseme de pecar de un inusitado optimismo al augurar próximas soluciones conciliatorias que pongan fin a la triste campaña del neo-cainismo que sufrimos. Es cierto que mi optimismo es más un ejercicio de futurología que una predicción con base sólida en los acontecimientos cotidianos. Tendré que reconocer que quienes han encontrado un filón en la labor de enredar en los flecos que dejó sobrantes la transición, no parecen actores adecuados para el compromiso y el entendimiento que, sin embargo, creo que necesariamente habrá de imponerse.
De nuevo volveré a expresar una meditada ingenuidad: intento creer que lo hacen solamente por estupidez. En nuestros tiempos de gabinetes de propaganda, estudios demoscópicos y “think tanks”, no parece que las decisiones como la de la retirada de la estatua de Franco y el homenaje a Carrillo sean debidas al irreflexivo revanchismo o a respuestas reflejas accionadas por los odios. Más que malos, parece que solamente son tontos al obedecer en sus actuaciones a una calculadísima rentabilidad a corto plazo: distracción de la opinión de otros temas, poner en aprietos el historial democrático de la derecha...
Pero me detengo un momento; podría objetarse que si reparto estopa a uno de los bandos no demuestro que esta bitácora quiere ayudar a superar la polarización política en España. Responderé a la objeción: no doy estopa a un bando, sino a un proceder, que también ha sido, y es también, el de parte de la derecha. Este proceder se encuentra en quiénes desde derecha, “neo-cons”, liberalismo... parten siempre de la base de que las soluciones de un socialismo democrático son necesariamente empobrecedoras y benefician solamente, y por poco tiempo, a una parte de la sociedad. Negar la potencialidad benéfica del adversario desde la abstracción y sin atenerse a los hechos es pecado de derechas e izquierdas. Pero en este caso, la operación de maquillaje “desestatuarización nocturna” va destinada a accionar la espoleta de una supuesta bomba que dinamite la legitimidad de la derecha.
Vienen a la imaginación esas bombas, memento arqueológico de la Guerra, que después de encontrarse enterradas en algún campo hacen preciso llamar a los artificieros para que las neutralicen, aunque su herrumbrosos estado no amenace gran peligro. Los niños que ahora juegan con la bomba que han encontrado juegan a asustar con ella, juegan, y se dan un gustazo al cuerpo que, con más prudencia (y sabiduría de perro viejo) no se dieron sus antecesores compañeros socialistas; pero sobre todo, intentan distraernos y poner una carga tramposa en la balanza en la que mediremos el peso de los cambios realizados.
Mirando hacia la historia vemos figuras que adquieren talla de héroes por haber aportado su propio sufrimiento en aras de la paz y la reconciliación de una sociedad. Así, Nelson Mandela figura ya en todos los santorales de la fraternidad y el civismo. Pero ya que hay pocos grandes hombres, podría ocurrir que sean los personajes más mediocres los que puedan ofrecer un motivo para la esperanza y la superación de los odios. Me gustan algunas contradicciones que revela la política y la historia, es entonces cuando se presentan ocasiones para mejorar nuestra opinión sobre la naturaleza humana; por ello es un placer hacer aquí una reflexión que creo no se ha publicado nunca.
En la ciudad de Santander, que este año celebra su 250 aniversario de ostentar tal título, gobierna en el ayuntamiento la derecha desde que fuesen expulsados los republicanos mediada la Guerra Civil (el primer alcalde de la democracia ganó las elecciones en la candidatura de UCD, y era el mismo que estuvo los últimos años de franquismo). Existe en ella una estatua ecuestre idéntica a la desmontada en Madrid, pero en lugar más prominente: frente al ayuntamiento. Ciudad de carácter poco apasionado, no puede decirse que existan en ella potentes corrientes de opinión para justificar la permanencia de la bastante antiestética figura, como tampoco ultrajadísimos opositores a la fachosa estatuaria. Los hechos son los que son: el 20 de noviembre del año 2004 acudieron al homenaje convocado por organizaciones de nostálgicos del franquismo.... 9 personas, todas de más de 60 años. Por la otra parte, las concentraciones que ocasionalmente se han convocado en repulsa del monumento, no han sido mucho más numerosas. La permanencia de la estatua ya se discutió al construirse un aparcamiento subterráneo, pero entonces, el mencionado primer alcalde de la democracia invocó razones de carácter histórico para justificar su determinación de reponerla a su lugar; eso sí, como actuación compensadora puso frente a la estatua una talla en piedra con un escudo republicano que se encontraba olvidada en un jardín; poco se reparaba que esa treta en nada complacía a ninguno de los bandos. Otra solución añadida, de tipo estético, fue rodear la estatua de árboles y una tupida vegetación que ocultase a los visitantes de la ciudad la vergonzante visión de los caducos símbolos, de muy dudoso valor estético.
Resulta que el actual alcalde, proveniente de familia patricia y colocado en la política por su padre pese a su escaso currículo (el académico es nulo: parece que no terminó ni el COU), en su juventud militó en Fuerza Nueva y se distinguió en los tiempos de la transición por ser un activo integrante de los homenajes (nunca muy concurridos) que dicho marginal partido convocaba para reivindicar al dictador. Pero el empuje arrollador de una democracia que ha demostrado que la convivencia es posible, y la natural evolución de un adulto con responsabilidades, han dado lugar a una situación curiosa. Es frecuente que cuando se precisa hacer una remodelación en la ciudad se plantee la cuestión de conservar o retirar los numerosos símbolos franquistas que hay en la ciudad, tema incómodo al que no se encuentra solución (a la bella ciudad se la ha llegado a calificar en alguna ocasión de “Parque temático del franquismo”). Para proceder con visos de objetividad y respaldar su responsabilidad en las decisiones, el alcalde, bien aconsejado, solicitó a historiadores de la Universidad de Cantabria un informe que orientase qué símbolos podían permanecer como simple recuerdo histórico, y cuáles habría que cambiar por resultar incompatibles en una sociedad que avanza hacia la reconciliación. Inspirados por el informe, ya se ha procedido a la retirada de algunos monumentos franquistas, pero no existía noticia sobre el futuro de la estatua del ayuntamiento (“la del caballito”). Es ahora cuando conocemos que, en el curso de las obras que se van a realizar en la plaza del ayuntamiento (hasta hace pocos años llamada “Plaza del “Generalísimo”) la figura se retirará, junto con el escudo republicano, con destino a un futuro museo (al que propongo como nombre “Extravaganza Celtibérica”, o quizás “Spanish Bizarre”).
No podemos comparar, de ninguna manera, este caso con el ejemplo de un Ghandi o de un Mandela, pero hay ocasiones en que son hombres pequeños, con todas sus miserias, los que pueden rendir un gran servicio a los ciudadanos. Qué película haría, un Kapra o un Ford con esta anécdota, que sin embargo, sobrevuela la mayor desgracia de nuestros tiempos. ¿Descubriremos que la cicatrización completa de aquella herida solo se consigue cuando las ofensas que hieren a una parte de la sociedad son retiradas voluntariamente por (los descendientes de) la otra parte que las produjo? Es la solución que dan habitualmente los padres a las disputas entre hermanos.
Por alguna de mis opiniones, como las de mi último post, puede acusárseme de pecar de un inusitado optimismo al augurar próximas soluciones conciliatorias que pongan fin a la triste campaña del neo-cainismo que sufrimos. Es cierto que mi optimismo es más un ejercicio de futurología que una predicción con base sólida en los acontecimientos cotidianos. Tendré que reconocer que quienes han encontrado un filón en la labor de enredar en los flecos que dejó sobrantes la transición, no parecen actores adecuados para el compromiso y el entendimiento que, sin embargo, creo que necesariamente habrá de imponerse.
De nuevo volveré a expresar una meditada ingenuidad: intento creer que lo hacen solamente por estupidez. En nuestros tiempos de gabinetes de propaganda, estudios demoscópicos y “think tanks”, no parece que las decisiones como la de la retirada de la estatua de Franco y el homenaje a Carrillo sean debidas al irreflexivo revanchismo o a respuestas reflejas accionadas por los odios. Más que malos, parece que solamente son tontos al obedecer en sus actuaciones a una calculadísima rentabilidad a corto plazo: distracción de la opinión de otros temas, poner en aprietos el historial democrático de la derecha...
Pero me detengo un momento; podría objetarse que si reparto estopa a uno de los bandos no demuestro que esta bitácora quiere ayudar a superar la polarización política en España. Responderé a la objeción: no doy estopa a un bando, sino a un proceder, que también ha sido, y es también, el de parte de la derecha. Este proceder se encuentra en quiénes desde derecha, “neo-cons”, liberalismo... parten siempre de la base de que las soluciones de un socialismo democrático son necesariamente empobrecedoras y benefician solamente, y por poco tiempo, a una parte de la sociedad. Negar la potencialidad benéfica del adversario desde la abstracción y sin atenerse a los hechos es pecado de derechas e izquierdas. Pero en este caso, la operación de maquillaje “desestatuarización nocturna” va destinada a accionar la espoleta de una supuesta bomba que dinamite la legitimidad de la derecha.
Vienen a la imaginación esas bombas, memento arqueológico de la Guerra, que después de encontrarse enterradas en algún campo hacen preciso llamar a los artificieros para que las neutralicen, aunque su herrumbrosos estado no amenace gran peligro. Los niños que ahora juegan con la bomba que han encontrado juegan a asustar con ella, juegan, y se dan un gustazo al cuerpo que, con más prudencia (y sabiduría de perro viejo) no se dieron sus antecesores compañeros socialistas; pero sobre todo, intentan distraernos y poner una carga tramposa en la balanza en la que mediremos el peso de los cambios realizados.
Mirando hacia la historia vemos figuras que adquieren talla de héroes por haber aportado su propio sufrimiento en aras de la paz y la reconciliación de una sociedad. Así, Nelson Mandela figura ya en todos los santorales de la fraternidad y el civismo. Pero ya que hay pocos grandes hombres, podría ocurrir que sean los personajes más mediocres los que puedan ofrecer un motivo para la esperanza y la superación de los odios. Me gustan algunas contradicciones que revela la política y la historia, es entonces cuando se presentan ocasiones para mejorar nuestra opinión sobre la naturaleza humana; por ello es un placer hacer aquí una reflexión que creo no se ha publicado nunca.
En la ciudad de Santander, que este año celebra su 250 aniversario de ostentar tal título, gobierna en el ayuntamiento la derecha desde que fuesen expulsados los republicanos mediada la Guerra Civil (el primer alcalde de la democracia ganó las elecciones en la candidatura de UCD, y era el mismo que estuvo los últimos años de franquismo). Existe en ella una estatua ecuestre idéntica a la desmontada en Madrid, pero en lugar más prominente: frente al ayuntamiento. Ciudad de carácter poco apasionado, no puede decirse que existan en ella potentes corrientes de opinión para justificar la permanencia de la bastante antiestética figura, como tampoco ultrajadísimos opositores a la fachosa estatuaria. Los hechos son los que son: el 20 de noviembre del año 2004 acudieron al homenaje convocado por organizaciones de nostálgicos del franquismo.... 9 personas, todas de más de 60 años. Por la otra parte, las concentraciones que ocasionalmente se han convocado en repulsa del monumento, no han sido mucho más numerosas. La permanencia de la estatua ya se discutió al construirse un aparcamiento subterráneo, pero entonces, el mencionado primer alcalde de la democracia invocó razones de carácter histórico para justificar su determinación de reponerla a su lugar; eso sí, como actuación compensadora puso frente a la estatua una talla en piedra con un escudo republicano que se encontraba olvidada en un jardín; poco se reparaba que esa treta en nada complacía a ninguno de los bandos. Otra solución añadida, de tipo estético, fue rodear la estatua de árboles y una tupida vegetación que ocultase a los visitantes de la ciudad la vergonzante visión de los caducos símbolos, de muy dudoso valor estético.
Resulta que el actual alcalde, proveniente de familia patricia y colocado en la política por su padre pese a su escaso currículo (el académico es nulo: parece que no terminó ni el COU), en su juventud militó en Fuerza Nueva y se distinguió en los tiempos de la transición por ser un activo integrante de los homenajes (nunca muy concurridos) que dicho marginal partido convocaba para reivindicar al dictador. Pero el empuje arrollador de una democracia que ha demostrado que la convivencia es posible, y la natural evolución de un adulto con responsabilidades, han dado lugar a una situación curiosa. Es frecuente que cuando se precisa hacer una remodelación en la ciudad se plantee la cuestión de conservar o retirar los numerosos símbolos franquistas que hay en la ciudad, tema incómodo al que no se encuentra solución (a la bella ciudad se la ha llegado a calificar en alguna ocasión de “Parque temático del franquismo”). Para proceder con visos de objetividad y respaldar su responsabilidad en las decisiones, el alcalde, bien aconsejado, solicitó a historiadores de la Universidad de Cantabria un informe que orientase qué símbolos podían permanecer como simple recuerdo histórico, y cuáles habría que cambiar por resultar incompatibles en una sociedad que avanza hacia la reconciliación. Inspirados por el informe, ya se ha procedido a la retirada de algunos monumentos franquistas, pero no existía noticia sobre el futuro de la estatua del ayuntamiento (“la del caballito”). Es ahora cuando conocemos que, en el curso de las obras que se van a realizar en la plaza del ayuntamiento (hasta hace pocos años llamada “Plaza del “Generalísimo”) la figura se retirará, junto con el escudo republicano, con destino a un futuro museo (al que propongo como nombre “Extravaganza Celtibérica”, o quizás “Spanish Bizarre”).
No podemos comparar, de ninguna manera, este caso con el ejemplo de un Ghandi o de un Mandela, pero hay ocasiones en que son hombres pequeños, con todas sus miserias, los que pueden rendir un gran servicio a los ciudadanos. Qué película haría, un Kapra o un Ford con esta anécdota, que sin embargo, sobrevuela la mayor desgracia de nuestros tiempos. ¿Descubriremos que la cicatrización completa de aquella herida solo se consigue cuando las ofensas que hieren a una parte de la sociedad son retiradas voluntariamente por (los descendientes de) la otra parte que las produjo? Es la solución que dan habitualmente los padres a las disputas entre hermanos.
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