21.5.05

Estado de la Nación (con perdón)

Excesivo parecerá el silencio que guarda esta bitácora. ¿Falta de arrestos para meterse en el vórtice del mayor pifostio de la política española? Desde luego, no es la causa del silencio ningún estupor ante una contienda que era más que previsible antes del debate sobre el estado de la nación, cuando las huestes-ejecutivas ya preparaban la batalla. Un blog con ganas de destripar los entresijos de la confrontación entre las dos Españas no ha de callar en esta hora.

La explicación es sencilla: acabo de llegar de unas vacaciones en el extranjero, que a más de reparadoras, han tenido el inestimablemente benéfico efecto de liberarme de los días de paroxismo de la crispación. Aunque no era la evasión de la actualidad española la finalidad de la estancia, mi satisfacción por este breve exilio me lleva a recomendar con carácter general este tipo de periodo de desintoxicación, aunque sea a costa de perderse un momento “histórico” donde los haya.

Hay un dibujante que caricaturiza a la oposición revestida de armadura, lo cierto es que, en el centenario del Quijote, la adarga antigua ya es empuñada por todos, en espera de la más habitual de las acometidas en que los españoles nos complacemos: la de los unos contra los otros. El mérito de los estrategas que asesoran al presi está en que su carrera armamentística no se note, ellos solo responden para dejar a los otros como los apocalípticos extremistas.

Temblores en la cohesión y el modelo de Estado, en el que todo lo se prohibía tocar es ahora manoseado: la Constitución, la Monarquía (aunque solo indiciariamente y de tapadillo recibe ataques por ambas partes), el “Estado de las Autonomías” (que solo un ingenuo pudo pensar que sería satisfactorio y duradero). Y, como era previsible, la discrepancia antiterrorista adquiere la cualidad de detonador de todos los conflictos. A uno le gustaría conocer las conversaciones más íntimas e informales en la ejecutiva de los partidos a la hora de plantear las ideas que se estiman objetivos y los posibles métodos que se barajan.

Quizá la idea menos explorada por los comentaristas es la del papel que han de jugar los disidentes que existen dentro de cada bando. En el PSOE permanecen mayoritariamente acallados quienes (seguramente son mayoría) ven con desagrado las claudicaciones ante los nacionalistas y con temor los experimentos zetaperiles de soluciones “eternas” al terrorismo. Entre los socialistas el acicate para la unidad es mantener el poder. Pero en el PP la disidencia es más por motivos personalistas (digamos gallardónicos) y no es sustancial la crítica a la línea actual de oposición al Gobierno. Parece que el acercamiento entre ambas fuerzas, que aunque necesaria cada vez es más difícil, habrá de hacerse en un futuro más bien lejano, cuando las corrientes internas de uno de ellos (o de ambos) impulsen este acercamiento. Por ahora, seguiremos en encastillamientos que en ambas ejecutivas piensan son lo más rentable ante las siguientes elecciones generales (conservar los 10 millones en el PP sería un gran logro, pero el PSOE parece pensar más en movilizar nuevos votantes: minorías, jóvenes, inmigrantes).