3.3.06

Trece entre mil


¿Cómo decir que una película sea necesaria? Si se postula un tipo de cine que facilite la reflexión sobre aspectos morales, la película de Iñaki Arteta, Trece entre mil era absolutamente necesaria. Es la total soledad de esta película en el panorama cultural español la que la hace imprescindible, pues si hay pocas películas que traten el terrorismo de ETA, ninguna había que tratase el dolor de las víctimas. ¿Por qué, si el cine siempre está en busca de temas poco frecuentados y la sociedad española dice solidarizarse con estas víctimas? La respuesta es sencilla y breve: miedo.

Y es que la valentía del director y de sus colaboradores les convierte de cineastas en héroes cívicos que afrontan represalias y se juegan la vida (muchos de las personas que han trabajado en la película figuran solo con sus iniciales en los títulos de crédito). Estos autores se han declarado en rebeldía frente a la tibia posición del mundo oficial de la cultura. Dice Arteta que entre miles de horas de cine español, los noventa minutos de su película son los únicos dedicados al drama de estas personas. Pero la valentía de Arteta deja en evidencia la ambigüedad o la cobardía de los que no se atrevieron a aproximarse a la herida causada a estos ciudadanos, por ello no puede esperar ningún reconocimiento de parte del “stablisment” cultural, incómodo con su mala conciencia ante el drama del genocidio perpetrado contra un pueblo silencioso.

No sería acertado considerar a Trece entre mil una película política, su dimensión está en el terreno moral, nadie podría decir si por detrás hay un planteamiento de derechas o de izquierdas: aquí no procede tal cuestión. Y hay que ensalzar la honestidad con la que se ha dejado al espectador extraer sus propias conclusiones. No es a las ideas políticas a las que se da el protagonismo, éste es de los familiares de trece víctimas de ETA, y son sus historias las que van golpeando la conciencia del espectador que rara vez las había escuchado de boca de sus protagonistas.

Las entrevistas a las victimas construyen la película; sus historias impresionan como fogonazos de verdad que despejan cualquier posible reticencia crítica ante este planteamiento. Nadie puede dudar de lo real que son los sentimientos que se consigue destacar en el montaje, desde dentro del correctísimo comedimiento con el que las víctimas se expresan. Las atrocidades sucedieron hace años (la mayoría en los años ochenta), y recordamos haberlas visto en su día, y se reconstruyen con las narraciones de los entrevistados y secuencias de imágenes de archivo o con otras de cine o video doméstico. Pero no es solamente una película sobre la realidad del pasado, sino que la película “es” la realidad misma, pues los efectos de la tragedia están presentes en el momento de la entrevista, como lo han estado cada uno de los días que las víctimas han vivido a partir del asesinato. Con un planteamiento sencillo y ausencia de artificios cinematográficos discurre la película, sin narrador, sin apenas subrayados musicales que resultarían innecesarios para señalar al espectador nada que no esté ya palpitantemente presente en las secuencias de entrevistas. Impera en todo momento el punto de vista de las víctimas. Únicos actores de la película y únicos protagonistas.

Los causantes de las tragedias, los terroristas y sus cómplices, no aparecen en ningún momento. De esta manera la película consigue el efecto clásico de las películas de terror, en las que no se ve al monstruo asesino, aunque sí el mal que causa y el clima de terror generalizado que ocasiona. Pero una película documental sobre testimonios de víctimas del terrorismo es muy distinta de una película de terror: sin intriga, pues ya sabemos de antemano que la atrocidad fue cometida, el horror llega al espectador cuando las propias víctimas reconstruyen el atentado que padecieron irradiando a la pantalla todo el desgarro actual de esas vidas. Como la historia del chofer de un militar que fue ametrallado hace más de veinte años y ha llegado a los 77 años tal como quedó después de sobrevivir al atentado: paralizado, en medio de insoportables dolores y abandonado por todos. La sencillez con la que este hombre nos cuenta el atentado y cómo se siente “un pedazo de carne con ojos”, es recogida con una fidelidad documental única.

Hay otro elemento para el horror en la película, cuando se desvela que los criminales y su entorno goza de suficiente impunidad para seguir escarneciendo a las víctimas, como en el caso de Pilar Elías, la viuda de un cargo electo asesinado por un terrorista a quién él había salvado la vida, y a la que luego los criminales intentaron mutilar con un explosivo. Se siente un inquietante horror al recorrer las calles de Azkoitia con Pilar Elías, que es ahora concejala y dice: “no hay nadie que quiera más a este pueblo”; en ese pueblo debe vivir como una reclusa, siempre con guardaespaldas y medidas de seguridad, sin saber dónde y cuándo intentarán otra vez matarla.

Los testimonios de las víctimas plasman un retrato íntimo del pueblo que es otro logro del filme. Pocas veces hemos visto en el cine la realidad del sencillo pueblo español tan desnuda como en estas historias contadas por familias normales de clase media o por “los pobres” (como se define la madre de una niña asesinada en una casa cuartel). No es cómodo ver esta película, después de contemplar la inmensidad del dolor de las víctimas no podemos eludir la sensación de vergüenza y culpabilidad por el abandono con el que han tenido que continuar sus vidas: vivieron el silencio cómplice de un entorno social repugnantemente sectario (“algo habrá hecho”, frase para la antología de la infamia) y también la desatención de las instituciones y de la sociedad española. Si en la película asoma una esperanza es que está comenzando a despertarse una nueva solidaridad de la sociedad con las víctimas del terror.

Al tomar distancia y buscar cine realizado fuera de España que trate el terrorismo y sus consecuencias, vemos en cartelera una interesante película, Munich, de Spielberg. A diferencia de Trece entre mil, Munich se narra desde el punto de vista de quienes cometen los actos de terrorismo y no es un documental, aunque intente muchas veces conectar con el realismo de los documentales. Es más pertinente, sin embargo, recordar que el mismo Spielberg se había involucrado en la realización de una serie de documentales para la preservación de la memoria de las víctimas del holocausto nazi, con el propósito de que no se olvide aquél drama y poder educar en la tolerancia; constituyó a tal fin la Fundación de la Historia Visual de los Supervivientes de la Shoah, y es con esos documentales con los que “Trece entre mil” puede compararse. En los documentales de la Fundación de Spielberg también es el punto de vista de las víctimas de un genocidio (ya muy ancianas) el que hace avanzar las películas: son los testimonios de los supervivientes acerca del clima de antisemitismo que se fue sembrando antes de la Segunda Guerra Mundial y los padecimientos que sufrieron durante la misma y con posterioridad. También en estas películas la reflexión se deja para el espectador.

Creo que esta comparación que propongo es ajustada. Algunos (fundamentalmente los partidarios del terrorismo, pero también los denominados “equidistantes”) pueden poner el reparo de que no se abordan en Trece entre mil todos los puntos de vista, pues no aparece el de los terroristas. Estos serían los partidarios de un documental de hace tres años, que quería tratar “el conflicto vasco”. El director de aquel documental, en el que los terroristas tenían voz, dijo explícitamente que su intención era salvar la cara a la ideología de la que había surgido el terrorismo etarra que, según él, estaba siendo linchada injustamente, y que él quería la paz. Hay que decir que es evidente que éste no se jugó la vida como Arteta al hacer su película, pero que sí consiguió el aplauso del mundo oficial vasco, el de una parte del mundo cultural y el de los situados en planteamientos de relativismo o de complicidad con el terrorismo. Después de ver Trece entre mil podemos pensar: ¿es legítimo un afán de equidistancia? ¿Esos confusos criterios morales que exigen escuchar a todos, también nos llevarían a poner los testimonios de los nazis y el de los justificadores del holocausto junto al de sus víctimas?

Esta crítica en inglés en Internet Movie Database