Por dónde romperá el Estatuto: Glosario de términos "anticatalanes"
La “no importancia” de llamarse Nación
Es la semántica herramienta clave de esta crisis política. Retorcer la semática en el alambicado ejercicio de malabarismo lingüístico que pretende hacer Zapatero para convencer a los españoles de que, ya de entrada, Cataluña es Nación, y que dicho término carece de importancia. Abriga la ingenua ilusión de que si cuela ésto, ya todo lo demás entrará. Ocho maneras de ponerle vaselina a la violación constitucional, ocho posibles palabros en un parto de neologismos componedores para asaltar la ley de leyes sin necesidad de reformarla. El juego con el lenguaje, las batallas por los términos, no ocultan los peligrosos propósitos de insolidaridad y desestabilización que asoman en este enredo.
Segunda transición y cambio de Régimen
Miembros relevantes de la derecha plantean el “peor escenario posible” al que tendríamos que enfrentarnos. Mayor Oreja denomina ya como segunda transición al proceso que comienza; desembocaría en la victoria de los elementos de izquierda que se marginaron en la Transición española: terroristas, independentistas y republicanos a ultranza.
Difícilmente se podría equiparar con el esfuerzo de nuestra Santa Transición a esta hipotética Segunda Transición Satánica. Sea o no planeado este proceso rupturista, no parece que pudiera llamarse transición con propiedad, pero sí que es un hallazgo terminológico que avisa de los peligros de lo que Arcadi Espada llama “gran fracaso de una clase política” que no consiguió la integración mínima a que aspiraba el Estado de las Autonomías.
Meter miedo o comenzar a tenerlo espontáneamente
Los profetas del Cambio de Régimen, los más osados augures que no respetan “ninguna Institución” no causan miedo en quienes no quieren enterarse, pero miedos de otra índole pueden estar desasosegando a los sectores que alimentaban al nacionalismo catalán, y sin necesidad de que nadie se lo infunda. Puede debilitarse el apoyo al Estatuto por las campañas de boicot a las empresas catalanas, la perspectiva de inestabilidad política y por el escaso entusiasmo popular en la sociedad catalana hacia un estatuto que es únicamente criatura de una clase política, que ha jugado a Frankenstein al alumbrar un engendro de proyecto. Podríamos incluso suponer que los catalanes no acogerían con irritación un posible rechazo en las Cortes al proyecto de Estatuto.
Socialistas contra el estatuto
La docilidad del PSOE hacia los planteamientos de su jerarquía podría resquebrajarse si la “buena suerte” de Zapatero empieza a invertirse y las perspectivas electorales a ennegrecerse, pues hasta la fecha la disidencia socialista ha sido convenientemente acallada con el “espera y verás que bien sale todo”.
Los miedos pueden hacerse patentes en las filas socialistas. Una lectura atenta del diario El País causa la impresión de que no son muy sólidas las ganas de creer que sea posible una conciliación con la Constitución del bodrio presentado; nadie parece muy convencido, ni en editoriales (que siempre han de resaltar las sangrantes inconstitucionalidades antes de decir que todo puede cambiar para conformar a todos), ni en colaboradores, ni en dibujantes (Peridis dibuja un engendro de costurones como antes hizo con el fantoche mecánico del plan Ibarreche). Pero la izquierda crítica con el Estatuto no parece dispuesta a movilizarse hasta que Zapatero esté totalmente hundido en su agujero.
La embriaguez de Maragall
El protagonismo que alcanza quien no lo merecía y quien no reúne virtudes de moderación, templanza y sosiego para gobernar puede llegar a determinar que su embriaguez inicial al aprobarse el proyecto de Estatuto se haga crónica y le incapacite para el gobierno de Cataluña. Desde ayer, las reacciones a su intempestivo intento de remodelación del Gobierno revelan que el embriagado presidente de la generalizad empieza a causar recelos entre el nacionalismo y también entre los socialistas catalanes.
La ocasión didáctica del PP
En una ocasión como ésta, atraerse el apoyo de los múltiples sectores que desde fuera del PP están en contra del estatuto pone a prueba la capacidad integradora del partido y su disposición para el diálogo. Debería ser capaz de responder a la campaña que ha estado intentando dibujarles como aislados de todos y sin apoyo alguno.
Imaginación para iniciar esfuerzos que dejen a un lado el partidismo y una voluntad tenaz para aglutinar a la sociedad constitucionalista, que es la gran mayoría en España, son necesarias para explicarle a la nación de manera nítida y simple que lo más constructivo en ocasiones es rechazar cambios que solo benefician a una parte y siembran de riesgos el futuro de los demás. Conseguir explicarse requiere cambiar la habitualmente mala gestión de imagen del PP (con la ventaja de partida de que la mayoría del país ya está convencida).
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