21.12.05

Una calle para el Dr Iglesias Puga

Han cerrado el blog de Eduardo Haro Tecglen, que había continuado después de su muerte con febril actividad (aunque ya sin artículos del finado). Me quedo con las ganas de poner en él este escrito para pedir que se amplíe el proceso iniciado para la concesión de nombres de calles de Madrid, y que sea incluída en dichas concesiones una para el último nonagenario célebre que ha fallecido.

Si cruentas están siendo las disputas a que dio lugar la decisión de aumentar el callejero de Madrid con antagónicos periodistas -quizá sea a imitación del sistema locomotor del cuerpo, y la división de músculos agonistas y antagonistas es modelo para el funcionamiento de las calles matritenses-, en el caso de mi propuesta, el nivel de aceptación popular del querido personaje es tan abrumador que poca oposición habrá al callejeril bautismo. Reconozcamos que su fallecimiento ha sido una de las pocas noticias que hacen a todos levantar la vista del periódico, o del libro, al oírla en la radio o verla en la tele, es noticia que no deja lugar a la indiferencia. Pero además, se observa que la reacción en nosotros se compone a partes iguales de curiosidad y simpatía. Los viejos en posición pública no suelen caer antipáticos (excepción hecha de quienes vivieron en guerracivilismo hasta los días postreros, como los dos compadres mencionados), pero cuando uno a los novent sigue dando tanto de qué hablar, asoma la excepcionalidad.

Al contemplar el tiempo en que vivimos, comprendemos que los últimos supervivientes de los que fueron activos participantes hace 70 años en la gran desgracia española van ahora cayendo. “Si te dicen que caí”, decía la republicana bélica tonada. ¿Pero cómo caen? La biografía se aproxima al arte cuando uno muere tal como vivió, aunque también sería altamente estético lo contrario (en una conversación entre Picasso y Dominguín el primero preguntó al torero cómo le gustaría morir, y éste le contestó con la misma pregunta; respondió Picasso: a mi me gustaría morir pintando; pues a mí también, dijo Dominguín). Iglesias Puga murió pintando (la cigüeña, dirán algunos)

La biografía de Iglesias Puga no es aburrida. Va más lejos del Hola y de la telebasura, aunque también incluye partes fundamentales de carnaza, que son las que recoge el populacho con alborozo. De la misma manera que es generalmente aceptado que en muchos comunistas (ideología criminal donde las haya) se albergan sentimientos puros y generosos, pero es lo equivocado de las ideas lo que al fin da al traste con todo el tinglado, no sería tan osado reivindicar también tales sentimientos para los falangistas. Fueron muchos auténticos comunistas y auténticos falangistas los que participaron en la Guerra llevados por ideales sinceros, que no cometieron canalladas, y que después de la Guerra su vida no se basó en el odio. Eso sí, hubo vencedores y hubo vencidos, pero hora es de que estar entre los primeros no pese como una losa (de granito cualgamural) a la hora de rememorar una vida. Siempre ha sido más fácil estar entre los vencedores, y la vida del Dr Iglesias Puga es en apariencia un ejemplo de “vida fácil”. Pero una vida fácil ¿ha de llevar a la denostación de toda la biografía? Quien estuvo en seis cárceles durante la Guerra y varias veces en lista para fusilar, tuvo la suerte de que el viento de la historia rolase en el sentido en que había encaminado él su rumbo; si eso es simplemente suerte y no tiene nada que ver con la propia valía, tampoco habría de considerarse un demérito (ni un mérito el haber estado entre los perdedores).

Los falangistas supervivientes cada vez escasean más, señores de bigotito y exquisitos modales (pero siempre algo castellanos). Marsé publicó una descripción de la tipología de Vizcaíno Casas excesivamente hiperbólica, asimilándole a tales falangistas. El Dr Iglesias compartía con los viriles personajes de postguerra el bigotito y algunos modales, pero pertenecía a una variante que podríamos llamar falangismo epicúreo, aunque del falangismo cada vez le quedaba menos. Paseó por la vida su quijotesca figura, su bronceado genealógico, la sonrisa constante (¡qué difícil ver sonreir a los viejos!), una lúcida campechanía, y la constante disposición a vivir la vida y disfrutar con las mujeres que solamente puede tener quien ha convertido como profesión el dolor que engendra vida, por su cometido de médico de mujeres. Tan poliédrica personalidad no puede ser encuadrada en los estándares de la basura televisiva: sería injusto.

Con la polémica sobre las neocalles periodistescas se llegó a decir que se haría posible indicar como señas: Jaime Campmany, esquina con Haro Tecglen. ¿Quizá fuese excesiva gallardonada poder decir al taxista: Dr Flemming, esquina Dr Iglesias Puga?