12.12.06

Juegos de la edad antigua


UN TEST PARA LA IZQUIERDA
Pinochet y Castro
Por BERNARD-HENRI LÉVY (El Mundo, 12-12-06)

Por fin. Esta vez, Augusto Pinochet se murió de verdad, en su cama, tranquilamente, llevándose a la tumba sus crímenes y el secreto de sus crímenes.Amargura de los supervivientes. Tristeza de los hijos y las hijas de las víctimas, que saben, como Michelle Bachelet, la actual presidenta del país, que el hombre que destrozó sus vidas ya no podrá responder, jamás, de sus atrocidades.

Y derrota, una vez más, de esa justicia internacional que, a pesar de la testarudez de algunos, a pesar del juez Baltasar Garzón, a pesar del juez Juan Guzmán, a pesar de las asociaciones chilenas y extranjeras de defensa de la democracia, ha sido humillada e, incluso, burlada, por una defensa tanto más potente cuanto sabedora de que contaba con poderosos aliados apenas disimulados.

Ay de las condolencias de una Margaret Thatcher, queriendo dejar claro, sin avergonzarse por ello, de que la ayuda de los servicios secretos chilenos durante la guerra de las Malvinas bien valía, para ella y para los suyos, unos cuantos miles de ajusticiados, torturados hasta la muerte y asesinados.

Ay del vociferante silencio de un ex secretario de Estado y Premio Nobel de la Paz, al que todos conocemos y que él mismo sabe -al menos, después de la película de Christopher Hitchens El Proceso de Henry Kissinger, que le sigue por todas partes, como una sombra, como un remordimiento- que pesan sobre él serias sospechas de complicidad con la que será durante mucho tiempo una de las más sangrientas dictaduras de Latinoamérica.

Pinochet impune. Pinochet apagándose así, dulcemente, rodeado de los suyos, en paz, en el día -¡oh símbolo!- internacional de los Derechos Humanos, es una vergüenza para Chile, para el mundo y para todos nosotros.

Y, además, es la mejor noticia del año para todos los Mladic, Karadzic y demás Mengistus [Haile Mariam, dictador de Etiopía], para esos serial killers con galones, nunca realmente amenazados, que pasan sus días apaciblemente. Uno, en un monasterio griego. El otro, en casa de su amigo el [presidente de Zimbabue Robert] Mugabe. Todos alegres y conscientes del mensaje que les transmite la muerte en paz de Pinochet. A los que se escandalizan, como yo, de esta impunidad de un asesino de Estado, les advierto que hay otro dictador que está a punto de sufrir la misma suerte y que, en contra de lo que le pasó a Pinochet, ni siquiera ha sido objeto de un intento de inculpación. Este otro dictador se llama Fidel Castro. Su reino habrá durado no 17, sino 50 años. Un reino que presenta un balance del que lo menos que se puede decir es que, a fin de cuentas, aguanta perfectamente la comparación con el de su rival y gemelo fallecido.

Cien mil prisioneros políticos experimentaron, en un momento u otro, su Gulag versión tropical. Entre 15.000 y 17.000 fusilados (frente a los 3.200 asesinados y 28.000 torturados en Chile), cuyo único pecado fue oponerse, más o menos abiertamente, a la línea o, a veces, al capricho del Líder máximo omnipotente.

Cientos de miles de exiliados (un número parecido al de los exiliados chilenos), obligados a irse a vivir a Miami o a otras partes, so pretexto de que eran judíos, o cristianos, o homosexuales, o simplemente demócratas y creyentes en las virtudes de la prensa libre. Sin hablar de las decenas de miles de balseros que se ahogaron intentando escapar, en lanchas de fortuna, de este infierno en la tierra, en que se convirtió, desde muy pronto, la isla de Cuba.

Sé que las cifras -extraídas especialmente del Libro negro del comunismo, dirigido por el profesor del Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CRNS) Stephane Courtois- no lo dicen todo. Y entiendo que haya que evitar, por la claridad del análisis, lo que algunos llaman la tentación de la «amalgama».

Y sin embargo, los hechos son los que son y ahí están. Así como la evidencia del crimen. Y la incoherencia de esas almas pías, de las que estoy dispuesto a apostar que se agolparán, llegado el momento, en las exequias del monstruo sagrado, con la misma energía con la que, hoy, deploran el fracaso de la Justicia en lo que al Caudillo chileno se refiere. ¡Vamos ya, camaradas y amigos! ¡Un poco de coherencia! ¡Un pequeño esfuerzo, por favor, si quieren ser realmente demócratas y republicanos! Os queda, nos queda todavía un poco de tiempo para, como homenaje a todos los ajusticiados de todas las dictaduras de Latinoamérica, desear que Fidel Castro comparezca ante un tribunal por sus crímenes.

Os queda, nos queda un tiempo ya muy corto para reafirmar que ser de izquierdas, hoy en día, a comienzos de este siglo XXI, es tratar de la misma manera a Pinochet-el-facha que a Castro-el-rojo. Y acabar, de una vez por todas, con el sucio teorema contra el que ya advertía Albert Camus: buenos y malos muertos, víctimas sospechosas y verdugos privilegiados.
Esto es un test. Un auténtico test. Por mucho que los dos dictadores, el de La Habana y el de Santiago de Chile, sean dinosaurios y supervivientes de la edad antigua, nos ofrecen, sí, en la manera en la que reaccionamos y reaccionaremos a la desaparición de uno y del otro, la oportunidad para que cada cual verifique la situación de sus reflejos, de sus nervios, de su sensibilidad y de su cultura política.

Nos esperan otras citas. Con otros tipos de barbarie más modernas, más inesperadas, ante las que nos cantarán la misma cantinela presuntamente progresista y antiimperialista. Será una oportunidad de oro para ver si hemos aprendido, o no, las lecciones de la ecuación Castro-Pinochet.

3 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Excelente comentario.

7:08 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Feliz Navidad

9:43 p. m.  
Blogger Carmen Guédez said...

Leo su post sobre Augusto Pinochet y veo que usted y yo coincidimos en algunos temas.
Espero haya leído mi irónico comentario sobre Pinochet hecho sin ningún tipo de análisis, pero con la burla que se merece el dictador muerto de verdad, como dice usted.
Esperemos ahora cómo van a anunciar la muerte de Fidel porque el problema no es su muerte sino el cómo dejar de callarla ya que las reacciones no se pueden preveer: pueden ir desde el desbordamiento de una población oprimida por años hasta el silencio de siempre por temor a las reacciones de los seguidores de Fidel. Finalmente es una incógnita que todos esperamos se devele. Hay algo más y de suma importancia: ¿qué tiene preparado Hugo Chávez para cuando llegue el momento de anunciar que el lider mayor ya no está?
Saludos
Carmen Guédez

7:10 p. m.  

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